Luis Vega tenía siete años cuando mataron a su padre y a su madre. La fosa fue exhumada hace casi dos años en el cementerio de Paterna de Rivera (Cádiz). Su hijo Juan Luis no se rinde: “No voy a parar hasta que un presidente del Gobierno le diga a mi padre: ‘Luis, lo siento'”.
Luis Vega a pie de fosa, en el cementerio de Paterna (Cádiz). J.L.V.
Olivia Carballar
ocarballar@lamarea.com
Tras 80 años buscando a su padre y a su madre, las pruebas de ADN han dado negativo. “Me voy sin saber”, le respondió este jueves Luis Vega, de 89 años, a su hijo, Juan Luis, cuando este le informó de que ninguno de los restos hallados en la fosa de Paterna de Rivera, en Cádiz, coinciden con las muestras aportadas por los familiares. Visto así, podríamos estar ante la historia de un fracaso, con un final muy distinto al que hace unas semanas llenó de alegría a Ascensión Mendieta, a quien la ciencia sí confirmó que los huesos encontrados en la fosa de Guadalajara eran los de su padre. Pero dice Juan Luis que su abuelo y su abuela, a quienes asesinaron los falangistas en 1936 cuando su padre tenía solo siete años, le enseñaron a no rendirse nunca: “Yo sé lo que es tener un padre y una madre, sin ellos no somos nada. Y puede que mi padre no haya encontrado a los suyos, pero yo no voy a parar hasta que un presidente del Gobierno o un jefe de Estado le escriba en una carta: ‘Luis, lo siento’”. Por tanto, no hay tiempo para fracasos. La lucha sigue.
El proceder de Juan Luis Vega hasta ahora da una idea de esa entereza incansable. Denunció públicamente los crímenes del franquismo en un pleno del Ayuntamiento, que desde entonces apoyó la exhumación. Luis relata así cómo vivió el momento en que lo separaron de su madre: “A mi madre se la llevaron delante mía. La llevaban por los brazos, con las piernas a rastras por la escalera. La apuntaban con una pistola como si fuera una fiera. Mi madre lo único que gritaba era: mis niños, mis niños, mis niños… Nos quedamos como el nido al que le dan con una escoba”, recoge el periodista Juan Miguel Baquero en Que fuera mi tierra. Catalina Sevillano Macho tenía 34 años y estaba casada con Francisco Vega García, activo cenetista que había logrado escapar. A la vuelta, lo mataron, resume el historiador José Luis Gutiérrez.
“Después denuncié los crímenes ante la Guardia Civil y no vino nadie”, prosigue Juan Luis. Mientras la justicia no se pronunciara, la exhumación no podía comenzar. Así que se plantó en el juzgado y dijo que de allí no se movía hasta ver al juez. No logró hablar con él, pero el juez terminó firmando el archivo de la denuncia. “Fui humillado judicialmente –admite– pero al menos podía seguir buscándolos”. Al principio quiso costear la exhumación con actuaciones benéficas, entre otras, de sus amigos cantaores de flamenco. Finalmente, la Junta financió los trabajos, que ha asumido también, como establece la nueva ley de memoria andaluza, la identificación genética a través del Instituto Genyo de Granada.
La fosa fue exhumada hace casi dos años en el cementerio de la localidad y fueron localizados los restos de 10 personas –ocho hombres y dos mujeres – con evidentes muestras de violencia. Poco antes de realizar las pruebas, el antropólogo forense encargado de los trabajos, Juan Miguel Gujio, avisaba de que lo que ha ocurrido podría ocurrir: “Este es un punto importante, dar a conocer las distintas posibilidades pero no engañar prometiendo paraísos que pueden no aparecer. Se debe atender, escuchar, informar y abordar vías de participación con las familias y colectivos y a veces no se podrá ir más allá y en otras ocasiones se logrará la identificación. Nunca más se los debería ignorar”.
Catalina Silva, con más de cien años, también aportó su muestra de ADN. Residente en Francia, busca a su hermana María Silva, Libertaria, superviviente de la matanza de Casas Viejas y asesinada por los golpistas en agosto de 1936. Su hijo, Juan Pérez Silva, logró que un juzgado declarara su fallecimiento legal en un auto fechado el 22 de junio de 2011, que ordenaba la inscripción de su muerte en el Registro Civil. Juan lo llevaba pidiendo desde 2008. La decisión suponía un reconocimiento moral para las familias de miles de desaparecidos en la guerra civil y la dictadura, que sufrieron una doble muerte, la real y la de esfumarse de la historia. Cuando mataron a su madre, que estaba embarazada, él tenía solo 13 meses. “Es un gran paso, estoy muy contento y muy agradecido con todas las personas que me han ayudado, pero me da pena que se haya producido tan tarde”, explicaba entonces en declaraciones a Público. Tenía 78 años. Juan murió al año siguiente.
“Es en estas situaciones, cuando el dolor se hace insoportable, la tristeza infinita y la rabia sube por el cuerpo, cuando, más que nunca, hay que decir que lo ocurrido no se puede considerar un fracaso. No puede serlo cuando se trata de una acción destinada a reparar tanta ignominia consentida durante tantos años. Al contrario, es un día para, a pesar de todo, sentirse orgullosos. Hoy, los familiares que se empeñaron en la búsqueda de los suyos, pueden sentirse satisfechos porque, gracias a ellos, Paterna es más digna que ayer”, reflexiona el historiador Gutiérrez sobre el proceso. “No sabremos sus nombres, ni sus familias que ahora, por fin, gracias al tesón de sus compañeros, ya no serán pisoteados y están enterrados, ahora sí, dignamente. Porque la dignidad, las víctimas nunca la perdieron”, concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario