sábado, 9 de julio de 2016

CORRIDA CEBADA GAGO PAMPLONA 8 DE JULIO 2016

SEGÚN LA PRENSA

FUENTE: ABC.ES

Javier Jiménez, heroico tras una espantosa cogida en San Fermín

El tercer toro lo lanzó por los aires hasta tirarlo con violencia a la arena y mandarle pitonazos a la cabeza y el cuello
El joven sevillano perdió el triunfo con el acero con una complicada corrida de Cebada Gago
 
ANDRÉS AMORÓS. Pamplona - Actualizado:
 
 
 
 
 
 
FUENTE: ELPAIS.COM 

El alma dolorida de Javier Jiménez

La corrida de Cebada Gago, mansa y complicadísima, hizo honor a su historia

 Antonio Lorca  Pamplona
 

Cebada Gago / De Mora, Moral, Jiménez

Toros de Cebada Gago, bien presentados, mansos, deslucidos y peligrosos.
Eugenio de Mora: pinchazo ensartado en los costillares, casi entera baja y un descabello (silencio); estocada trasera y baja, cuatro descabellos -aviso- y el toro se echa (silencio).
Pepe Moral: estocada y dos descabellos (silencio); bajonazo (vuelta al ruedo).
Javier Jiménez: pinchazo -aviso-, tres pinchazos y dos descabellos (ovación); pinchazo y casi entera -aviso- (ovación).
Plaza de toros de Pamplona. 8 de julio. Segunda corrida de la feria de San Fermín. Lleno
 
Al joven Javier Jiménez le dolerá el alma durante un tiempo. Lo del alma es por decir algo. Le dolerá la cabeza, el pecho, la espalda, los brazos, las piernas y hasta el dedo meñique del pie. Es lo menos que le puede ocurrir después de la infernal y tremebunda voltereta que le propinó el tercero, que lo dejó inerme en la arena, inconsciente y desmadejado.
 
Todo ocurrió cuando tras un largo e insulso trasteo de muleta, hincó la rodilla derecha para un pase por alto, momento que aprovechó el toro para levantarlo en peso y lanzarlo por los aires; tras el costalazo correspondiente, volvió a prenderlo como si fuera un muñeco, lo zarandeó con saña y lo lanzó contra la arena. Afortunadamente, hubo tiempo de que llegaran las asistencias, que desviaron la atención del animal. Jiménez, mientras tanto, yacía inmóvil y así lo recogieron y trasladaron a la enfermería, al tiempo que en la plaza quedaba la sensación de que algo gordo podía haber ocurrido. Tomó la espada Eugenio de Mora, pero antes de perfilarse para matar lo avisaron de que Jiménez salía a cumplir con su contrato. Y así fue. Los tendidos lo recibieron en pie, como lo que era, un héroe, y él, sin chaquetilla, la mirada perdida y con dificultades para mantener el equilibrio, mató mal, pero Pamplona le reconoció el enorme mérito de su gesto valiente.
 
Si los toros de Cebada Gago mostraron su peligrosidad en el encierro matinal, no cambiaron tras el descanso en los corrales. Complicadísimos, en mayor o menor medida, los seis, con facilidad para aprender sus defectos de fábrica, con mucho sentido, de embestida incierta, con la cara alta y las intenciones muy aviesas.
 
No fue Jiménez el único que mordió el polvo. También resultó volteado Eugenio de Mora por su dificultoso primero, que no aguantó más que una tanda por el lado derecho. Cuando ya sabía latín, lo prendió a la altura del muslo derecho, con la suerte de que el astifino pitón solo alcanzó la tela, lo que obligo al torero a forcejear durante unos eternos unos segundos para deshacerse de la costura. Mató mal porque el toro se puso imposible, y De Mora le cogió respeto. Otra prenda era el cuarto y se limitó a despacharlo tras la oportuna justificación.
 
No triunfó Moral porque no pudo ser, pero lo intentó de veras, valiente toda la tarde, decidido y empujado hacia un éxito que le hace falta para seguir vistiendo el traje de luces. Se le agradeció su valor y voluntad.
 
Más recuperado apareció Jiménez ante el sexto; lo capoteó con eficacia, y se plantó con seriedad ante otra prenda. Le robó muletazos enjundiosos y consiguió que, al menos, la sombra le hiciera caso. Pinchó y perdió un más que probable trofeo
 
 
FUENTE: ELMUNDO.ES

El milagro de Javier Jiménez y el terror de Cebada Gago

ZABALA DE LA SERNA

El joven de Espartinas sufre una brutal paliza en el tercero pero deja una imagen de torero a tener en cuenta

Un voluntarioso Pepe Moral da la única vuelta ruedo
Infumable lote para un honesto Eugenio de Mora, cogido en sus dos toros
 
FICHA
 
CEBADA GAGO | Eugenio de Mora, Pepe Moral y Javier Jiménez
 
Monumental de Pamplona. Viernes, 8 de julio de 2016. Cuarta de feria. Lleno. Toros de Cebada Gago, muy serios y armados, muy desiguales de hechuras; de orientado sentido el 1º; complicado y peligroso el 4º; un buey el pavoroso 5º; agradecido pero siempre por dentro el 3º; rajado el mulo 6º. Eugenio de Mora, de fucsia y oro. Estocada baja que asoma, estocada perpendicular y descabello (silencio). En el cuarto, estocada rinconera y varios descabellos. Aviso (silencio). Pepe Moral, de gris perla y oro. Estocada pasada y dos descabellos (silencio). En el quinto, estocada rinconera (leve petición y vuelta al ruedo). Javier Jiménez, de blanco y oro. Cuatro pinchazos y varios descabellos (saludos). En el sexto, pinchazo y media estocada. Aviso (saludos).
 
 
El joven de Espartinas sufre una brutal paliza en el tercero pero deja una imagen de torero a tener en cuenta; un voluntarioso Pepe Moral da la única vuelta ruedo; infumable lote para un honesto Eugenio de Mora, cogido en sus dos toros.
 
Que Javier Jiménez abandonase la plaza por su propio pie ya fue un milagro. Que le acompañase Eugenio de Mora también. Decían que el encierro de Cebada Gago había sido duro... La corrida vespertina no desmereció de la escabechina matinal. Y pudo ser mucho peor. En número y en gravedad. Un puñado de milagros y San Fermín al quite del terror.
 
Finalizaba la faena Javier Jiménez y quería amarrar el triunfo con las rodillas por tierra. Pero el cebada volvió a embestir con la rectitud de siempre y la fuerza de sus 645 kilos. Como una catapulta lanzó a las nubes a Javier, que cayó a cuatro patas cara a cara con el toro; la siguiente voltereta adquirió la misma altura pero de horrible aterrizaje sobre el cuello. Un escalofrío recorrió los tendidos como un calambrazo de pánico. No había acabado el cebada: los pitonazos silbaron por el rostro, el cuello, la yugular... Camino de la enfermería los ojos de todo el mundo se clavaron en las inmóviles piernas.

Eugenio de Mora se perfiló para matar, y en ese instante Javier Jiménez apareció sin chaquetilla por el callejón. Increíble la fortaleza, admirable el amor propio. Desgraciadamente pinchó. Normal. Una pena porque el sevillano había estado no ya como un tío, sino cabalmente torero por la mano izquierda. Con el sitio y la distancia precisos. Casi de uno en uno templaba la embestida, agradecida y sin embargo recta como una regla, lamiendo las espinillas, sin abrirse a los vuelos. Faena de premio importante si entierra la espada. Una cerrada ovación reconoció al chaval.
De sílex las lascas del castaño que abría la corrida como la cara, de hierro el temperamento, de fuego la orientada mirada. Un trago para Eugenio de Mora. No corrigieron la falta de humillación los fuertes puyazos, ni redujeron la ferocidad. Ya quiso cuerpo más que muleta en la apertura de faena.

Sólo la fibra en el toque y la determinación de Mora salvaban las arrancadas por el pitón derecho antes de que desarrollase todo el instinto. Cada acometida se convertía en un ¡ay!, por dentro y sin humillar. Imposible por el izquierdo. Como una aguja atravesó la taleguilla el cebada en un pase de pecho; Eugenio se quedó enhebrado por el muslo, sacudido como un pelele en el aire, intentando desesperadamente desasirse ya con los pies en la tierra. La seda no se partía por el oro de la banda. Cuando se soltó y cayó al suelo, una veta roja recorría el muslo blanco como un balazo rebotado. Como un milagro. Otro. El alma del cebada ya pareció definitivamente acorazada con las dos espadas dentro -la primera de ellas justificadamente baja- y sin doblar...

A Eugenio aún le esperaba otro regalito, un burraco de astifinas guadañas hasta las cepas y afilado sentido. Mora no rehuyó la pelea nunca ante los arreones y por poco le cuesta un disgusto la honestidad. Otra vez se vio colgado en la punta de un garfio, otra vez indemne con los pitones merodeando el vientre.

A Pepe Moral se le deslució la cosa ya desde el momento en que el segundo, tan estrechito de sienes, se partió el cuerno derecho por su mitad contra un burladero. Por momentos pareció en el capote que... Y también en la muleta. Pero se trataba de una pava sin fondo ni celo.

Si al quinto le tapan el hierro, por cabeza y cuerpo (605 kilos) pasa por un toro de Samuel... ¡Qué barbaridad! Y como un bueyaco se movía por el palillo de la muleta de Pepe Moral, entre desentendido y desencantado de su propia condición. Después de intentar levantar aquello con voluntad y, a últimas, a base de rodillazos, lo mató con dignidad, que no era poco. Se aferró a una vuelta al ruedo como quien consigue un hueso de jamón para el caldo de la cena.

Como último apareció un toro que completaba aquella amalgama de hijos de mil leches con unas hechuras ensilladas, largas y estrechas, deformación de sangres en el Callejón del Gato. Jiménez, hasta entonces en manos del doctor Hidalgo, regresó de su limbo grogui. Qué mérito. Y para pegarle pases con conocimiento de causa al mulo de Belén, que terminó donde tanto deseaba, rajado en tablas. Javier de Espartinas volvió a demostrar que hay mimbres de torero; más mimbres que espada ayer. Demasiado con semejante palizón. Si hubiera un hueco en el sistema... Conformémonos de momento con el milagro. Un puñado de milagros.
 
 
 
 
 
 

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