9 de Julio de 1987
CRÓNICA DEL ENCIERRO DE ABC SEVILLA 10 de Julio
de 1987. Pág. 64
Treinta y siete heridos leves en el encierro de los Sanfermines de
ayer
Un total de 37 personas fueron atendidas por las
heridas sufridas durante el tercer encierro de los Sanfermines y seis más
hubieron de ser trasladadas a diversos centros hospitalarios por contusiones de
golpes o caídas. No obstante, ninguna persona sufrió heridas por asta de toro
en el encierro de ayer, que se caracterizó por su larga duración —cuatro
minutos y 20 segundos— y por su peligro, al haber realizado uno de los toros la carrera
en solitario, siendo conducido por los mozos.
Otros dos compañeros se descolgaron también de la
manada al final de la calle E s tafeta, creando gran peligro al volverse en sentido
contrario al recorrido y derrotar hacia un lado y a otro.
Los mozos pamploneses y los dobladores tuvieron
que realizar un esfuerzo extra para conducir a estos Cebada Gago rezagados.
CRÓNICA DE LA CORRIDA DE ABC 10 de Julio de 1987. Pág. 51
Cuarta corrida de los
sanfermines
Brindis
postumo a Gerardo Diego
La fiesta llora al gran poeta
desaparecido
Pamplona. Vicente Zabala, enviado especial
Ficha de la corrida
Plaza de Pamplona. Cuarta corrida de
los sanfermines. Lleno hasta la bandera. Seis toros de Cebada Gago, bien
presentados, pero terriblemente deslucidos para los toreros.
Niño de la Capea, de
azul marino y oro. Tres pinchazos, otro hondo y dos descabellos (pitos). En el cuarto, estocada (pitos).
Julio Robles, de
azul y oro. Estocada caída y dos
descabellos (ovación). En el quinto, dos pinchazos,otro hondo y descabello
(silencio).
Emilio Oliva, de
rosa pálido y oro. Media estocada y un descabello (pitos). En el sexto, cuatro pinchazos
y estocada (silencio). B banderillero Fernando García Domínguez sufrió dos
cornadas de cinco y diez centímetros, respectivamente. Pronóstico reservado
El Niño de la Capea, que suete torear hasta las farolas, no
pudo lograr otra cosa que un juego defensivo que le valió muchísimos pitos. El
mismo Emilio Oliva, ejemplo de tesón y ánimo juvenil, tampoco pudo hacer otra cosa
que trastear con una voluntad que se estrellaba contra el frontón de la rotunda
negativa de unos toros que hacían bueno aquello de que cuando uno no quiere la
pelea es imposible. Los toros no deseaban la batalla. Los toreros
acabaron también desertando.
Y yo, desde aquí, con profunda timidez, levanto mi
pluma hacia el cielo, lugar que Dios tiene reservado a los espíritus finos y sensibles
como el del colosal poeta, para brindar a Gerardo Diego, a falta de otra cosa,
mi más sincera admiración del respeto y el cariño de siempre.
Sería bonito escuchar de sus labios de luz los
inolvidables versos al pase natural que ahora le puede decir a su admirado
Antonio Bienvenida, allá en un trasmundo sin pasiones, donde los tímidos como
Gerardo ocupan privilegiada localidad de barrera celestial.
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