CRÓNICA DEL ENCIERRO EN LA PRENSA
ABC SEVILLA. Edición impresa Jueves 13 de Julio de 1988. Pág. 83
San Fermín:
Sexto encierro con dos cogidas graves
Un toro rezagado
al final de la calle Estafeta puso el peligro en el sexto encierro, en el-que
dos mozos resultaron heridos de gravedad por los toros bravos de la ganadería
Cebada- Gago, que tardaron tres minutos
y treinta y cinco segundos en llegar a la plaza de toros, con lo que
protagonizaron el encierro más largo de los San Fermines .
CRÓNICA DE LA CORRIDA EN LA PRENSA
ABC. Edición impresa Jueves 13 de Julio de 1988. Pág. 86
Séptima corrida de los Sanfermines
Grave e impresionante cogida de Litri por el tercero de la
tarde
Pamplona
Esto de los toros continúa siendo un espectáculo de una enorme emoción, imprevisible siempre. La vida de un semejante está
permanentemente en juego. Y eso de
contemplar al prójimo en situación
de peligro, bien sea en una carrera de Fórmula 1, en una
de motos o en una corrida de toros es algo que por fuerza tiene que cotizarse. Los toreros son unos personajes diferentes. Cuando
Litri iba colgado de un pitón se
me amontonaron !as ideas y los pensamientos.
Existe mucho tópico y no poca leyenda en torno a la vida del torero, a
la mucha literatura barata que se ha empleado presentándoles siempre como unos
muertos de hambre, como unos desesperados que se agarraban a tan difícil
profesión para salir de la miseria. Quién le iba a decir a Pérez Lugín, por
ejemplo, autor de «Currito de la Cruz», que un chaval, que ya nació millonario,
que tiene cortijos, toros bravos y todo lo que pueda soñar un torero, iba
suspendido de un astifino pitón, materialmente colgado, recorriendo muchos
metros hasta que el animal se decidió a soltarlo. La plaza de Pamplona, que sabe
de cogidas, los mozos que las han vivido en sus carnes en muchas mañanas de
encierros, quedaron perplejos. Toda la plaza era un alarido de terror. Temimos
lo peor. Cómo sería ¡a cosa, que los navarros, curtidos en la tauromaquia primitiva del recorte a cuerpo limpio,
quedaron impresionados. Cesaron los trompetazos y los cánticos. La gran verdad de
la fiesta nacional se había hecho presente en unos instantes. Cuando llegamos a
la enfermería todo era confusión. La Policía Foral, implacable, luego decían de
aquellos pobres «grises», no dejaban ni acercarse a las puertas de la
enfermería, cerradas a cal y canto. Nadie sabía nada, salvo que el doctor
Héctor Ortiz y su formidable equipo estaban operando. No servían los macutazos
de informadores con imaginación.
La verdad estaba en el quirófano. Y las últimas noticias antes de que
se cerrara la sala de operaciones las tenía el banderillero Montoliú, que había
ayudado a llevar al maestro a puñadas hasta la enfermería.
Sabíamos que el chiquillo de Litri estaba herido en el pecho. Nada
más. El resto de la corrida la presenciamos en vilo, esperando noticias que no
llegaban, informaciones que no se producían.
Hasta entonces...
Hasta entonces habíamos visto a un Ortega Cano precavido y desconfiado
con su primer toro, un ejemplar de
Cebada Gago, encastado y buen mozo, al que el de San Sebastián de los Reyes no
le presentó batalla.
Espartaco había enredado a sus compañeros en la pelea, porque se
empeñó en alargar !as cortas embestidas del segundo, aún a costa de forzar la
figura. No se podía llevar a cabo un toreo florido, pero sí imponer su buena técnica,
alterada a ratos por algún trompezón de! engaño, que enrabietaba al de
Espartinas, acostumbrado como está a sacar el trapo limpio de cada pase. Pero
la faena tuvo vibración e ilusión, esto último es lo más hermoso en cualquier
faceta de la vida, porque cuando muere - o se mata- la ilusión, adiós torero,
adiós músico, adiós pintor o adiós amante. Y ese es el gran secreto de
Espartaco: su permanente ilusión por el triunfo. Tiene cabeza de maestro del
toreo y corazón de novillero. Es un ambicioso alegre. Y eso se comunica - y se
agradece- a los tendidos, que le aplauden sin cesar, que se le entregan desde
que se abre de capa (por cierto, que hay que mejorar su forma de lancear,
estancada en un feo codilleo a pies juntos en una horrorosa mezcla de verónicas
y delantales, que nada dicen y a nada saben. Pero con la muleta se las ingenia
para que le anden los toros que no andan, para que se centren en su quehacer
hasta los públicos más resistentes
a la atención. Así se llevó ias dos orejas de ese toro -la segunda, en
mi opinión, exagerada y aún tendría fuerzas para pelearse con dos toros más,
sin regatear esfuerzo: con el cuarto, que era muy listo, y con el sexto, que
atiborrado de kilos movía la anatomía pesadamente, presto, sin embargo, al
tornillazo.
Espartaco se puso entre los pitones. El público andaba alarmado, porque
todavía no había noticias de Litri, pero el de Espartinas porfiaba en el empeño
de cortarle la oreja al gordinflón, que, agotado, se la acostó dos veces, para
levantarse y seguir propinando mandobles al rubio torero, que acabó tirándolo
sin puntilla de una estocada.
Ortega Cano, que llevaba estoqueados dos toros sin pena ni gloria, que
dicen atraviesa una mala racha, reaccionó con gallardía y con coraje de
profesional, espoleado su pundonor, arrimándose como una fiera. Volvió a torear
cruzado, bajando mucho la mano al de Cebada
Gago, que tenía nervio. Ortega buscó
el triunfo con ahínco y a fe que lo consiguió. Cortó las dos orejas. Se
olvidó del susto, que nos había dado Litri, que era intervenido en la
enfermería y se olvidó de sus propias cornadas, que tampoco son cualquier
cosa, pues los toros le han zurrado muy fuerte, tanto cuando hace años
era un torero modesto como cuando se convirtió en figura. Que aquí, señores, no
se escapa nadie.
Al final Espartaco y Ortega Cano, que habían cortado cinco orejas, eran
sacados por la puerta grande. Por la puerta chica llevaban pálido, sin volver
todavía de la anestesia, a un torero de
estirpe de valientes, a un Litri que había pagado con su sangre el querer ser
figura y competir con quien manda en el toreo de su tiempo. Todo eso te honra,
Miguel, porque significa ser fiel a una dinastía. Así salieron toda la vida los
que de verdad quisieron emular las glorias de sus mayores: o por la puerta
grande con las orejas de los toros en las manos o entre las sábanas blancas de
una ambulancia.
Donde no pegan cornadas los toros es en los festivales o tirándose
valentías por los bares. Por eso la historia del toreo la han escrito los
toreros que han aguantado las cien tardes de una temporada durante muchos años, como este Espartaco de hoy o aquel Miguel Báez
«Litri» de ayer. A eso quiere llegar este chiquillo, que ha pagado en Pamplona,
tierra de hombres de pelo en pecho, sus legítimas ilusiones de consolidarse
como figura del toreo. Que !o consiga o no, ya es otra cosa. Pero está en la
línea del esfuerzo, del sacrificio, del tesón. Y eso, torero, ya es digno del mayor
de los respetos.
Vicente ZABALA
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