lunes, 11 de julio de 2016

ENCIERRO SAN FERMIN CEBADA GAGO 10 DE JULIO DE 1990

XXXII Premio Feria del Toro a la corrida más completa


CRÓNICA DEL ENCIERRO EN LA PRENSA
 
ABC. Edición impresa  Miércoles 11 de Julio de 1990.  Pág. 144


El capote de San Fermín
 
Pamplona. Beatriz Arnedo

CAÍDAS de los bravos, pisotones, momentos de emoción y de peligro y ningún  herido por asta de toro fue lo mas destacado del cuarto encierro de los Sanfermines  1990. Los astados de Cebada Gago comenzaron agrupados el recorrido y lo acabaron totalmente dispersos.
Parecía que no querían entrar en la plaza. Eran las ocho de la mañana cuando sonaban los cohetes y se abría el portalón de corrales. En esa primera cuesta de Santo Domingo un toro quedaba algo rezagado y buscaba a los mozos, pero la manada se mantenía unida. En ese tramo se pudo ver una bonita carrera, limpia, con los mozos abriéndose en abanico al paso de los astados.
 
Fue en la calle Estafeta cuando los toros comenzaron a separarse. Ya en Telefónica, cerca del callejón de entrada a la plaza, un toro embistió a un joven, pero afortunadamente éste quedó entre los cuernos del astado. Un bravo cayó también en este tramo y fueron los mozos los que «a golpe de periódico» lo hicieron reaccionar y levantarse para entrar en la plaza. Hubo otra caída de un astado en el callejón. Poco a poco los Cebada Gago entraron en chiqueros.
El encierro duró cuatro minutos y cuarenta y seis segundos y terminó con un «sin novedad» en lo que se refiere a heridos. El capote de San Fermín, el «ángel de la guarda» de los corredores, sigue trabajando cuando llegamos al ecuador de los Sanfermines 1990.
 Los toros de Cebada Gago protagonizaron ayer en Pamplona un cuarto encierro sensiblemente distinto a los de días anteriores. En tramos donde no es común que los astados se detengan, la manada se despistó y más de un bravo permaneció firme y sin moverse durante varios segundos.
 

CRÓNICA DE LA CORRIDA EN LA PRENSA
 
ABC SEVILLA. Edición impresa  Miércoles 11 de Julio de 1990.  Pág. 74
 
QUINTA CORRIDA DE LOS SANFERMINES 
Lo mejor, la soberbia estampa de los toros de Cebada Gago 
Emilio Muñoz cortó la única oreja de la tarde  
Sube el tono de los carteles, Y con las figuras vienen de fuera los pocos seguidores que les van quedando a los ases del toreo; pero no por falta de ganas. Todo hay que decirlo. Antes era más barato para los aficionados seguir a los toreros. Hoy los hoteles y los abonos cuestan un ojo de la cara, y no digamos los restaurantes. Seguir a los clubes de fútbol resulta más barato. Esto de los toros requiere otro rumbo.
Ficha de la corrida 
Plaza de toros de Pamplona. 10 de julio de 1990. Lleno hasta la bandera. Seis toros de Cebada Gago, magníficos de presentación, preciosos de pelo y pinta, muy astifinos. Muy bueno el segundo; con dificultades, tercero, cuarto y quinto. El primero, excesivamente castigado en varas.
Roberto Domínguez, de teja y oro, pinchazo y estocada (pitos). En el cuarto, pinchazo hondo y descabello (palmas).
Emilio Muñoz, de azul y oro, estocada (ovación, oreja y vuelta al ruedo). En el quinto, pinchazo y estocada baja (pitos).
Fernando Cepeda, de lila y oro, estocada delantera, dos pinchazos, seis descabellos (dos avisos y bronca). En el sexto, estocada y descabello (pitos). 
Los futboleros no van a ciudades en feria. Basta con el precio de la butaca de un autobús, el clásico «ida y vuelta con entrada al campo». El aficionado a los toros gusta de pasarse unos días en Sevilla, pasearse entre las fallas valencianas o entraren el ritmo trepidante de los Sanfermines, disfrutando del ambiente. No se conforma con llegar y besar el santo.
 
La fiesta de los toros no se compone sólo de la corrida, sino de todo lo que la rodea. La prueba está en el viejísimo refrán: se va con ilusión ¡a los toros! y casi siempre se vuelve «de los toros...» un tanto mustio. Por eso en una feria, salvo que le toque a uno la lotería de acertar con la buena, hay que jugar varios números y consolarse con el antes y después de la función, compartir mesa y mantel con Sos amigos, pronosticar, aun a riesgo de equivocarse sobre las posibilidades de embestir de los toros y el momento en que se encuentran los toreros.  
Los partidarios de los matadores llegan a las ferias con un protagonismo que a mí me resulta simpático. Casi siempre pluralizan:«Nos ha tocado el más bonito del sorteo», «Estamos enrachados», claro que si no ha habido suerte, entonces singularizan, en el nombre del maestro, aunque casi nunca le coloquen a su torero la frasecita, tan de moda, de «se ha dejado ir un buen toro». La suelen dejar para cualquiera de los otros componentes de la terna.  
Distraída 
Recibe Roberto Domínguez al primero, que pesa 520 kilos, con unos lances que cumpen la misión de recoger a la res sin mayores pretensiones. Toma un puyazo cumplidor. Roberto pasa de quite. El segundo encuentro se lleva a cabo con dureza por parte del caballero del castoreño. Aún le da más leña en el tercero. El segundo tercio se desarrolla con prontitud por los buenos oficios de los subalternos.  
Roberto Domínguez se dobla por bajo llevando con largura al de Cebada Gago. El toro acusa lo mucho que le dieron en varas, quedándose muy corto. El de Valladolid se estira por el derecho, pero el toro se le queda. Todos los intentos son infructuosos, refugiándose el animal en las tablas, acobardado.  El público se enfada con razón con el torero, que no supo o no quiso ordenar a su subaiterno de a caballo que redujera el castigo Mata de pinchazo y estocada. Suenan los pitos.
Emilio Muñoz se aprieta en unas verónicas con el segundo de la tarde, que pesa   540 kilos. El picador de tanda se va atrás (como casi todos). La fiera toma el puyazo con fijeza. Muñoz vuelve a ajustarse en unas verónicas de capote recogido. Otro puyazo fuerte. El público pide el cambio. También el matador. El presidente no hace caso. Más leña.  
El de Triana brinda al público. Se descara en los medios. Corre la mano con garbo   en dos series que remata con pases de pecho. Fuertes ovaciones. Se adorna con un torero molinete y un bonito cambio de mano. Una serie con la izquierda no pasa de discreta. Advertimos que la muleta es muy chiquitína. Entra a matar con honradez, con mucha rectitud, y culmina el volapié que da con el toro en el suelo. Flamean los pañuelos. Oreja para el maestro trianero, que da la vuelta al ruedo más contento que unas pascuas.
 
Nada de particular con el capote Fernando Cepeda cuando saluda al tercero sin poner gran empeño en el lucimiento. El cornúpeta pesa 580 kilos y, como sus hermanos, está muy bien armado. También le pegan muy fuerte en el primer tercio. Lo curioso es que en Pamplona no se caen los toros. El  recalentamiento del encierro parece ser eficaz. Como fuera esa la panacea tendríamos en Madrid a los toros corriendo por la calle de Alcalá hasta las Ventas. El segundo tercio resultó largo y premioso.
 
 La faena de muleta de Fernando Cepeda se desarrolla en lucha con el viento. Se estira en algunos redondos, pero se aflige ante un amago de colada que tendría presente durante el resto de la faena, que resulta repetitiva, anodina y con el denominador común de la desconfianza. Aliviándose, deja una estocada delantera. Intenta el descabello una vez. Otra. (Suena un aviso.) Dos descabellos más. Reclama la espada de nuevo. Dos pinchazos (otro aviso). Dos descabellos. Bronca.
 Desilusión 
Quinientos ochenta y dos kilos pesa el cuarto, un precioso ejemplar al que Domín guez lancea con temple por el izquierdo y sin ajuste por el derecho.
 
Se le pica en su sitio. Derriba espectacularmente. En el segundo encuentro con el caballo hace  sonar los hierros en un feo calamocheo frente al peto. En el tercero no se emplea, haciendo ademán de quitarse el palo. Aún le llevan una cuarta vez.
 
Brega el matador durante todo el segundo tercio. Se ve claramente que el toro se frena, se defiende, no humilla. Esto mismo le haría Domínguez en la muleta. No hubo manera de que se entregara. Embestía sin celo, con la cara muy alta. El vallisoletano muleteó valiente y animoso, sin poder sacar muletazos largos. No faltó el tesón ni la voluntad, pero no alcanzó las mínimas cotas exigidas para el éxito. Tras un pinchazo, echó mano del recurso del descabello, que, una vez más, resultó certero. Escuchó muchas palmas.
 
Animado y embraguetado lanceó Emilio Muñoz a! quinto, de 531 kilos. Cambió el tercio con dos puyazos, pero el toro se le vendría arriba en la muleta. El de Triana comenzó dispuesto, pero el de Cebada Gago le apagaría pronto los humos, embistiéndole a oleadas y repitiendo con fiereza. Muñoz no estaba dispuesto a jugarse la temporada con este toro. Buscó la igualada para dejar un pinchazo y una fea estocada baja. Sonaron algunos pitos. Fernando Cepeda torea por verónicas, no muy convencido, al sexto, que es un burraco precioso. Se le castiga fuertemente en varas. Estamos en el sexto y no se ha caído ninguno. Va a resultar verdad que el encierro es beneficioso para el toro de lidia. Tres puyazos recibió este burraco de 515 kilos, sin doblar una sola mano. Dieciocho tomaron los seis toros. 
Cepeda llevó a cabo una faena similar a la anterior. Derechazos y más derechazos sin esperar la poco clara embestida de su enemigo. Cae una almohadilla. A  cntinuación, un chaparrón... de almohadillas. Empiezan las muestras de desagrado. El de Gines corta por lo sano. Una estocada. Un descabello. La paz.
 
La verdad es que el público esperaba (todos esperábamos) mucho de esta corrida. El cartel tenía suficientes atractivos como para haber podido presenciar una buena tarde de toros. Pero no fue así. Nos conformamos con el espectáculo de la bella estampa de los toros y la buena presencia de ánimo de Emilio Muñoz con su primer toro. Como verán ustedes, demasiado poco.   
Vicente ZABALA
 

 

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