XXXII Premio Feria del Toro a la corrida más completa
CRÓNICA DEL ENCIERRO EN LA PRENSA
ABC. Edición impresa Miércoles 11 de Julio de 1990. Pág. 144
El capote de San
Fermín
CAÍDAS de los bravos, pisotones, momentos de emoción y de peligro y
ningún herido por asta de toro fue lo
mas destacado del cuarto encierro de los Sanfermines 1990. Los astados de Cebada Gago comenzaron
agrupados el recorrido y lo acabaron totalmente dispersos.
Parecía que no querían entrar en la plaza. Eran las ocho de la mañana
cuando sonaban los cohetes y se abría el portalón de corrales. En esa primera cuesta
de Santo Domingo un toro quedaba algo rezagado y buscaba a los mozos, pero la
manada se mantenía unida. En ese tramo se pudo ver una bonita carrera, limpia, con
los mozos abriéndose en abanico al paso de los astados.
Fue en la calle Estafeta cuando los toros comenzaron a separarse. Ya en
Telefónica, cerca del callejón de entrada a la plaza, un toro embistió a un
joven, pero afortunadamente éste quedó entre los cuernos del astado. Un bravo
cayó también en este tramo y fueron los mozos los que «a golpe de periódico» lo
hicieron reaccionar y levantarse para entrar en la plaza. Hubo otra caída de un
astado en el callejón. Poco a poco los Cebada Gago entraron en chiqueros.
El encierro duró cuatro minutos y cuarenta y seis segundos y terminó con
un «sin novedad» en lo que se refiere a heridos. El capote de San Fermín, el
«ángel de la guarda» de los corredores, sigue trabajando cuando llegamos al
ecuador de los Sanfermines 1990.
CRÓNICA DE LA CORRIDA EN LA PRENSA
ABC SEVILLA. Edición impresa Miércoles 11 de Julio de 1990. Pág. 74
QUINTA CORRIDA DE LOS SANFERMINES
Lo mejor, la soberbia estampa de los toros de Cebada Gago
Emilio
Muñoz cortó la única oreja de la tarde
Sube el tono de los carteles, Y con las figuras vienen de fuera
los pocos seguidores que les van quedando a los ases del toreo; pero no por
falta de ganas. Todo hay que decirlo. Antes era más barato para los aficionados
seguir a los toreros. Hoy los hoteles y los abonos cuestan un ojo de la cara, y
no digamos los restaurantes. Seguir a los clubes de fútbol resulta más barato.
Esto de los toros requiere otro rumbo.
Ficha de la corrida
Plaza de toros de Pamplona. 10 de julio de 1990. Lleno
hasta la bandera. Seis toros de Cebada Gago, magníficos de presentación,
preciosos de pelo y pinta, muy astifinos. Muy bueno el segundo; con
dificultades, tercero, cuarto y quinto. El primero, excesivamente castigado en
varas.
Roberto Domínguez, de teja y oro, pinchazo y estocada
(pitos). En el cuarto, pinchazo hondo y descabello (palmas).
Emilio Muñoz, de azul y oro, estocada (ovación, oreja y
vuelta al ruedo). En el quinto, pinchazo y estocada baja (pitos).
Fernando Cepeda, de lila y oro, estocada delantera, dos
pinchazos, seis descabellos (dos avisos y bronca). En el sexto, estocada y
descabello (pitos).
Los futboleros no van a ciudades en feria. Basta con el precio de la
butaca de un autobús, el clásico «ida y vuelta con entrada al campo». El aficionado
a los toros gusta de pasarse unos días en Sevilla, pasearse entre las fallas valencianas
o entraren el ritmo trepidante de los Sanfermines, disfrutando del ambiente. No
se conforma con llegar y besar el santo.
La fiesta de los toros no se compone
sólo de la corrida, sino de todo lo que la rodea. La prueba está en el
viejísimo refrán: se va con ilusión ¡a los toros! y casi siempre se vuelve «de
los toros...» un tanto mustio. Por eso en una feria, salvo que le toque a uno
la lotería de acertar con la buena, hay que jugar varios números y consolarse
con el antes y después de la función, compartir mesa y mantel con Sos amigos,
pronosticar, aun a riesgo de equivocarse sobre las posibilidades de embestir de
los toros y el momento en que se encuentran los toreros.
Los partidarios de los matadores llegan a las ferias con un
protagonismo que a mí me resulta simpático. Casi siempre pluralizan:«Nos ha tocado
el más bonito del sorteo», «Estamos enrachados», claro que si no ha habido
suerte, entonces singularizan, en el nombre del maestro, aunque casi nunca le coloquen
a su torero la frasecita, tan de moda, de «se ha dejado ir un buen toro». La suelen
dejar para cualquiera de los otros componentes de la terna.
Distraída
Recibe Roberto Domínguez al primero, que pesa 520 kilos, con unos
lances que cumpen la misión de recoger a la res sin mayores pretensiones. Toma
un puyazo cumplidor. Roberto pasa de quite. El segundo encuentro se lleva a cabo
con dureza por parte del caballero del castoreño. Aún le da más leña en el
tercero. El segundo tercio se desarrolla con prontitud por los buenos oficios
de los subalternos.
Roberto Domínguez se dobla por bajo llevando con largura al de Cebada
Gago. El toro acusa lo mucho que le dieron en varas, quedándose muy corto. El
de Valladolid se estira por el derecho, pero el toro se le queda. Todos los
intentos son infructuosos, refugiándose el animal en las tablas, acobardado. El público se enfada con razón con el torero,
que no supo o no quiso ordenar a su subaiterno de a caballo que redujera el
castigo Mata de pinchazo y estocada. Suenan los pitos.
Emilio Muñoz se aprieta en unas verónicas con el segundo de la tarde,
que pesa 540 kilos. El picador de tanda se va atrás
(como casi todos). La fiera toma el puyazo con fijeza. Muñoz vuelve a ajustarse
en unas verónicas de capote recogido. Otro puyazo fuerte. El público pide el
cambio. También el matador. El presidente no hace caso. Más leña.
El de Triana brinda al público. Se descara en los medios. Corre la
mano con garbo en dos series que remata
con pases de pecho. Fuertes ovaciones. Se adorna con un torero molinete y un
bonito cambio de mano. Una serie con la izquierda no pasa de discreta. Advertimos que la muleta es muy chiquitína. Entra a matar con
honradez, con mucha rectitud, y culmina el volapié que da con el toro en el
suelo. Flamean los pañuelos. Oreja para el maestro trianero, que da la vuelta
al ruedo más contento que unas pascuas.
Nada de particular con el capote
Fernando Cepeda cuando saluda al tercero sin poner gran empeño en el
lucimiento. El cornúpeta pesa 580 kilos y, como sus hermanos, está muy bien
armado. También le pegan muy fuerte en el primer tercio. Lo curioso es que en
Pamplona no se caen los toros. El recalentamiento del encierro parece ser
eficaz. Como fuera esa la panacea tendríamos en Madrid a los toros corriendo
por la calle de Alcalá hasta las Ventas. El segundo tercio resultó largo y
premioso.
La faena de muleta de Fernando Cepeda se desarrolla en lucha con el
viento. Se estira en algunos redondos, pero se aflige ante un amago de colada
que tendría presente durante el resto de la faena, que resulta repetitiva, anodina
y con el denominador común de la desconfianza. Aliviándose, deja una estocada delantera.
Intenta el descabello una vez. Otra. (Suena un aviso.) Dos descabellos más. Reclama
la espada de nuevo. Dos pinchazos (otro aviso). Dos descabellos. Bronca.
Quinientos ochenta y dos kilos pesa el cuarto, un precioso ejemplar al
que Domín guez lancea con temple por el izquierdo y sin ajuste por el derecho.
Se
le pica en su sitio. Derriba espectacularmente. En el segundo encuentro con el
caballo hace sonar los hierros en un feo
calamocheo frente al peto. En el tercero no se emplea, haciendo ademán de
quitarse el palo. Aún le llevan una cuarta vez.
Brega el matador durante todo
el segundo tercio. Se ve claramente que el toro se frena, se defiende, no
humilla. Esto mismo le haría Domínguez en la muleta. No hubo manera de que se
entregara. Embestía sin celo, con la cara muy alta. El vallisoletano muleteó
valiente y animoso, sin poder sacar muletazos largos. No faltó el tesón ni la
voluntad, pero no alcanzó las mínimas cotas exigidas para el éxito. Tras un
pinchazo, echó mano del recurso del descabello, que, una vez más, resultó certero.
Escuchó muchas palmas.
Animado y embraguetado lanceó Emilio Muñoz a! quinto, de
531 kilos. Cambió el tercio con dos puyazos, pero el toro se le vendría arriba
en la muleta. El de Triana comenzó dispuesto, pero el de Cebada Gago le apagaría
pronto los humos, embistiéndole a oleadas y repitiendo con fiereza. Muñoz no estaba
dispuesto a jugarse la temporada con este toro. Buscó la igualada para dejar un
pinchazo y una fea estocada baja. Sonaron algunos pitos. Fernando Cepeda torea
por verónicas, no muy convencido, al sexto, que es un burraco precioso. Se le
castiga fuertemente en varas. Estamos en el sexto y no se ha caído ninguno. Va
a resultar verdad que el encierro es beneficioso para el toro de lidia. Tres
puyazos recibió este burraco de 515 kilos, sin doblar una sola mano. Dieciocho
tomaron los seis toros.
Cepeda llevó a cabo una faena similar a la anterior. Derechazos y más
derechazos sin esperar la poco clara embestida de su enemigo. Cae una
almohadilla. A cntinuación, un
chaparrón... de almohadillas. Empiezan las muestras de desagrado. El de Gines
corta por lo sano. Una estocada. Un descabello. La paz.
La verdad es que el
público esperaba (todos esperábamos) mucho de esta corrida. El cartel tenía
suficientes atractivos como para haber podido presenciar una buena tarde de
toros. Pero no fue así. Nos conformamos con el espectáculo de la bella estampa de
los toros y la buena presencia de ánimo de Emilio Muñoz con su primer toro. Como
verán ustedes, demasiado poco.
Vicente
ZABALA
No hay comentarios:
Publicar un comentario